abril 26, 2013

El lado Oscuro: 13. Júrame


No tengo pretextos, justificación alguna. Salvo que me cuesta... Al menos hacer sufrir más de la cuenta a los personajes, claro que lo disfruto, que es mejor. En fin... Disfruten de esta nueva entrega de El lado Oscuro, ya después me dicen que les pareció. Besotes.

13. Júrame


Winter abrió la boca y tardo un minuto exacto en encontrarle sentido a las palabras de Bran. Le dio una bofetada y quiso cerrar la puerta en sus narices, pero él no se lo permitió.
-¡Suéltala! – chillo furica.
¿Qué demonios le pasaba a ese imbécil?
¿Volver para enredarse en sus sabanas? Estaba loco.
-Solo dilo – presiono Bran finalmente logrando que Winter cediera. Entro a su pequeño departamento y cerro tras de sí. – ¿A qué volviste, Winter? – esta vez su tono no fue altanero, casi era un susurro.
Winter estaba dándole la espalda. ¿Qué le respondería? Después de todo era cierto que ella había vuelto para eso. Saber si alguna vez él la había tenido en sus pensamientos, más que solo en su cama. Pero conocía la verdad, y esa dolía más que confesarse ante él.
-¿Qué te importa? – lo encaro. Mantuvo los brazos cruzados. –No me digas que te importa, porque créeme, no sería verdad. Mucho menos de alguien como tú. Un pedazo de basura egoísta y altanero. Si, si Bran, tienes tus millones y casas lindas. Una novia despampanante, pero ¿sabes? Muchos luchamos por vivir, no como tú.
Bran hizo una mueca. No lucia ofendido.
-Ya sé que soy un bastardo.
-¡Que bueno que lo sepas! Ahora vete – señalo la puerta.
-No vine a que me dijeras que tanto me odias…
-¿Odiarte? No, no tienes tanta suerte, Brandon. No mereces el odio de nadie, porque eso querría decir que nos importa tu puta y miserable vida. Y no, a mi ya no me importas.
El rostro de Bran se hizo de piedra. Si no lo conociera mejor, diría que eso le había dolido profundamente.
Nadie le había dicho eso. Se mantenía orgulloso del odio que los demás le profesaban. Las palabras de Winter habían entrado en él como una daga directa al corazón. El vacio en el azul de sus ojos realmente intensificaba sus palabras. Se lo merecía. Había sido un infeliz bastardo con ella, pero no por placer. Sus razones, cada vez que las pensaba, eran más absurdas día con día.
‹‹No quiero lastimarte, Winter››
La imagen de la madre de Winter, en cama, días antes de su muerte, torturaban a Bran cada noche.
“-Bran, cariño – Sibyl le había tomado la mano, sus dedos largos y huesudos estaban fríos y pálidos, como toda ella. –Ya sé lo que pasa contigo y mi hija. Ella no es para ti…
-Señora, yo la am…
-No. No puedes amarla. Tu familia dejo muy claro tu destino. Winter no es más que la hija de la sirvienta.
-Es mentira, ella es mi amiga.
-Mi niño, son de mundos diferentes…
-No lo creo. Ella es humana y yo lo soy. Podemos estar juntos… Mi hermano Bruce…
-Él no está de acuerdo y lo sabes. Has visto como mira a Winter. No la quiere cerca.
-Bruce es un idiota. No hare nada de lo que él me diga. Señora yo…
-Prométeme que te mantendrás alejado de mi hija. Brandon, por favor… Mi hija sufrirá contigo. Yo solo deseo que ambos sean felices. Contigo…
Bran bajo la mirada y observo la unión de sus manos. Sibyl estaba en sus últimos días. Estaba conectada a oxigeno y se alimentaba por intravenosas. Apenas podía moverse. Los padres de Bran le habían dejado estar en su casa, siempre y cuando su hija cumpliera con todas sus obligaciones. Él los odiaba por eso.
Sibyl tenía razón. Su familia jamás la aceptaría. La señalarían. Contra todo lo que sentía por Winter, miro a Sibyl.
-No quiero lastimar a su hija, estaré lejos de ella…
-Dilo como si te lo creyeras, hijo – Sibyl torció una sonrisa. –Conozco a mi hija y se… - tomo aire – que ella te buscara. Aléjala de ti. Promételo.
-Lo hare. Lo prometo… Pero si su hija…
-Has que te odie, Bran. Solo así se alejara de ti. El odio desaparecerá en un tiempo y tú harás tu vida y ella…
-La suya.
Lejos de mí, pensó.
-Es por su bien, cariño. No tendrás tus millones de montañas de billetes verdes si estas con mi hija, lo sabes.
Y maldecía a su familia siempre por eso”.

Entonces había llegado el momento. Ella ya no lo odiaba. Después de todo si había cumplido su palabra.
-Harás tu vida ahora – dijo mirándola.
-¿Cómo?
-Eso, serás feliz ahora – sonrió con amargura. No sentía esa sonrisa, fue un reflejo involuntario ante sus recuerdos. –Lo serás.
-¿Me estás dando tu permiso para ser feliz, Bran? – soltó con un tono altanero que le helo la sangre.
-No necesitas el permiso de nadie, Winter. Solo confirmo un hecho.
-¿Qué demonios te sucede?
-Nada, Winter. Ahora que se no volviste a mí para estar en mi cama. Querías una propia. Melanie ira a sus terapias dos veces por semana, puedes ir por ella cuando lo desees. Entrara a la escuela en breve. Quizá necesite ayuda con sus tareas. Te pagare el doble para que estés con ella hasta que duerma. ¿Trato? – estiro su mano hacia ella.
Estaba confundida. El giro de la discusión había sido de más de 360 grados.
La mano de Bran bajo después de un rato, ella no lo había tocado.
-Supongo que eso es un sí. Nos vemos pronto – dio media vuelta y salió de su departamento.
¿Qué diablos había sido eso? ¿Serás feliz ahora? ¿Qué significaba todo eso?
Conocía a Bran y las decisiones alocadas y estúpidas a las que estaba acostumbrado. Temiendo lo peor, salió de su departamento.
La noche de verano estaba húmeda y caliente. El viento no soplaba las hojas de los arboles. El aire era pesado. Miro en ambas direcciones de la calle hasta que a unos diez metros de su edificio, alcanzo a ver el auto plateado de Bran, bajo una farola que tintineaba. Corrió hasta él.
-No me digas que vas a matarte – bufo. –Y que todo aquello en mi departamento es para hacerme sentir culpable.
Con una mano en la puerta, Bran se giro.
-¿Matarme? Nena, aun tengo a Samantha, no creas que tu y yo pudimos ser algo.
-Sabia que tu nunca cambiarias. Eres arrogante y ruin. Presumido y un asco.
-Gracias, lo sé.
-¿Qué fue entonces lo de allá arriba?
-Simple, quería cogerte. Pero al parecer estas en tus días, y no estoy para lidiar con estupideces.
Winter lo abofeteo.
-¡Maldito!
La mejilla le ardió, pero no tanto como el ardor que sentía odiándose a sí mismo. Era un maldito, más que eso. Un malnacido.
-¿Terminaste? Nena, no tengo tiempo para esto. Hace frio y la tengo dura, así que…
Se atrevió a mirarla a los ojos. Ese par de ojos celestes brillaban por las lágrimas que los inundaban. Si había algo que los Hardenbrook hacían, era obtener lo que deseaban por cualquier medio, y él había buscado por todos los medios romper la promesa que le había hecho a la madre de Winter, hallar una forma para quebrar ese trato que había hecho años atrás. Encontrar la forma de amarla sin prejuicios. No había obtenido nada.
-¿Cómo puedes ser tan…? ¡¡Tan tu!! – escupió después de un segundo.
-Está en mi naturaleza, tú lo has dicho, soy un bastardo – dijo en un tono monocorde. Sin emoción alguna a través de su voz. Le dio la espalda y subió a su auto.
Quería voltear y mirarla. Sabía que por su actitud tenia los brazos cruzados, quizá lloraba. No tendría que importarle nada de ella, nada. Empero no era así. Siempre le importo, siempre sintió algo por ella. Desde que eran unos niños, desde que pasaban horas en el jardín de su casa. Aun más cuando ella se entrego a él y continuaron viéndose en las sombras. Desconocía el momento exacto en que habían perdido ese lazo de amistad, cuando dejaron de ser amigos y pasaron a ser empleada y jefe. Añoraba esos días más que nada en el mundo.
Arranco el auto y se metió en el tráfico sin mirar atrás.
La había cagado y lo había hecho en grande.
Sin pensarlo, manejo hasta el departamento de Samantha. Posiblemente ella estaría dormida, la sesión de fotos al otro día y todo eso. Sin embargo, subió hasta su departamento y toco con golpes secos la puerta. No esperaba que ella le abriera, hasta que la vio envuelta en una bata de tela vaporosa en color rosa suave, su cabello rubio y largo estaba trenzado, no podía negar que era hermosa. Un ángel si le permiten decir.
-¿Qué haces…? – Samantha entrecerró los ojos ante la luz brillante del pasillo.
Bran entro, sin permiso, a su departamento y cerró la puerta.
Necesitaba con todas sus fuerzas el calor humano, el calor de una mujer, el calor del amor.
Empujo a Samantha a la pared y comenzó a besarla con ferocidad. La chica reacciono con un jadeo, pero sus brazos sucumbieron de inmediato colgándose de su cuello. Sin esos stilettos altos, resultaba delicioso poder besarla. Aun era más alto que ella con tacones, pero así, descalza, era al menos 25 centímetros más grande. Se pego a su cuerpo, y sintió cada curva de ella. Sus pechos sin sostén los sintió pegarse a su torso y recorrió su espalda suave hasta llegar a sus nalgas. Casi sintió la gloria cuando ella jadeo contra su boca, al tiempo que él amasaba su trasero y hacia a un lado las bragas para tocarla. Cerró los ojos y beso su cuello, dejando libre su boca para escucharla gemir.
Sus dedos encontraron ese sitio húmedo y cálido entre sus piernas. Buscaron con urgencia los jugos de su excitación y hurgaron hasta escucharla sollozar de placer. Bran cerró con más fuerza los ojos cuando escucho de la voz de la rubia el primer aviso de un orgasmo. La necesitaba, necesitaba sentirla, sentirse amado y necesitado; continuo hasta que ella le clavo las uñas en los hombros y subió una pierna a su cadera, dándole mayor acceso a su caliente cuerpo. Bran sonrió apenas, oculto entre la coyuntura de su cuello y enterró dos dedos en ella. Bombeo con suavidad y subió la intensidad conforme la respiración de ella se agitaba, mostrándole señales de su intenso orgasmo.
Con una última sacudida ella se desvaneció en su mano y bajo la pierna. Bran respiro pesadamente y lamio sus dedos frente a ella. La rubia tenía las mejillas sonrojadas y algunos mechones que salieron de su trenza pegados a sus mejillas. Bajo la suave luz que llegaba al pasillo donde estaban, logro ver esa prístina belleza. Era un ángel en pocas palabras.
-Bran… - suspiro.
Él no dejo de verla y tomo su mano antes de que ella se pusiera romántica, la arrastro hasta la salita.
Su departamento era una pieza exquisita de decoración femenina y estilo elitista. Estaba cuidado hasta el último detalle. Desde las cortinas de las ventanas, los cojines de la sala conformada por tres elegantes sofás en color camello de terciopelo, hasta el comedor para seis personas con un moderno diseño. La cocina era otra cosa, un punto que Bran no quería ni mirar ahora.
Se dejo caer en un sofá y la jalo para que ella se sentara en su regazo. La chica lo miro con una sonrisa tierna y acaricio su cabello con esas manos hermosas y uñas cuidadas.
-¿Te desperté? – aventuro Bran, conociendo la respuesta.
-Me asustaste – susurro en respuesta y beso sus mejillas barbudas. Él sabía cuando odiaba ella su barba. “Pareces un vago, Brandy…”, rezaba siempre. Espero a que ella se quejara, pero no hubo queja. –Te ves… diferente.
-Me siento perfecto.
-Y lo estas. Solo que hay algo en tu mirada.
-Tal vez sea que estoy feliz de estar con mi novia – soltó, con la intención de apaciguar la curiosidad de ella. Hablar de él, de su vida, con ella no era opción.
Samantha esbozo una sonrisa que no llego a ser sensual como las otras. Bran  odiaba admitir que había pasado demasiado tiempo con ella, que conocía las sonrisas de la rubia. Tenía al menos 3 diferentes sonrisas para sus largas sesiones de fotos, entre las que incluían la “tímida y delicada” que no sabe nada de la vida; “la sensual” tipo: tómame ahora; la “suave y tersa” como: seré complaciente contigo. La que tenia ella ahora era justo la que hacia cuando no creía lo que le decían. Misma que formulaba cuando la fotógrafa juraba que había salido hermosa en las tomas. Jamás había sonreído de esa forma para él.
-Si, seguro que es eso – bajo de sus piernas y acomodo su bata. –Mañana tengo sesión de fotografía. Tengo que dormir.
Acostumbrado a salirse con la suya, aquello le cayó como balde de agua fría con cristales rotos. Tenso la mandíbula y se puso de pie.
-Entonces me voy – choco los dientes. Nadie rechazaba a un Hardenbrook, mucho menos a uno que estaba dispuesto a hacer lo que ella quisiera.
Samantha se giro de inmediato y tomo su muñeca.
-No dejare que te vayas a estas horas, ¿bebiste?
-No realmente – miro la unión de su mano con la de Samantha. Aquella mano frágil y suave, llevaba en su dedo índice una sortija que ella había rogado que Bran le comprara, él había dejado bien claro que eso no era una unión de compromiso, que solo cumplía sus caprichos, ella había aceptado contenta la condición, con tal de ver ese reluciente diamante rosa en su mano.
-¿Debo preguntar que pasa, Bran? ¿Fue esa empleada que es niñera de Melanie? – arrugo los labios asqueada totalmente. – Fue Melanie, ¿cierto? ¿Qué te hizo esta vez? – sus ojos azules ardieron molestos.
Bran negó con la cabeza y esbozo una sonrisa invisible, recordar a Melanie le traía buenos momentos a la cabeza, sobre todo porque esos momentos eran con Winter. Cerró los ojos, su humor cambio hasta que sintió la bilis subir por su garganta.
‹‹Tengo que olvidarla››
Apretó su mano libre y negó de nuevo, más para si mismo que para Samantha.
-No es ninguna de ellas – mintió. –Son cosas del trabajo – soltó el aire de sus pulmones que necesitaba salir como una maldición.
-Quisiera poder ayudarte con ese estrés, bebé – Samantha tomo sus dos manos y las llevo hasta rodear su cadera, de modo que él la abrazara. –Podemos ir a la cama, hare un té y dormimos juntos – acaricio su rostro y peino su cabello. Bran se dio el lujo de mirarla.
‹‹Algo está mal en mi, ella es hermosa…››
Pero no es Winter, rezongo otro lado de su mente.
Obligo a esos pensamientos a alejarse a una esquina. Asintió una vez y beso a Samantha con suavidad. Como nunca antes lo había hecho. Cerró los ojos, y esta vez no imagino que era a Winter a la que besaba, dejo que fueran los labios suaves y carnosos de Samantha los que le dieran calor. Acaricio la espalda de su novia con suaves toques, dibujo círculos en la parte baja de su cadera, produciendo lícitos gemidos en ella. Por primera vez… Beso a Samantha Woods.
Se le formo un nudo en la garganta y tuvo que alejarse para tomar aire por la boca, como si se estuviera ahogando. Dio un paso hacia atrás y cubrió su rostro con las manos, avergonzado de lo que estaba a punto de hacer: llorar.
‹‹La perdí para siempre. Cumplí mi promesa. Soy libre ahora, libre››
-¿Bran?
Se alejo de ella aun más, no le permitió que lo tocara y continúo en silencio llorando por su realidad. Finalmente piso tierra firme y eso dolía. Le golpeaba en el pecho como si fuera un mazo. Abatido, cayó en un sofá y lloro aun más. Choco los dientes, ocultando todo su dolor, que salía de a poco en gotas saladas, deslizándose por sus pómulos y perdiéndose en la barba de sus mejillas. El dolor de perderla no lo dejaba respirar, solo llorar. Lloro como hacía mucho no lo hacía. No derramo ni una sola lagrima en el funeral de su hermano; solo había llorado cuando su madre murió y la vio por última vez, en paz y tranquila, dentro del féretro antes de que la enterraran. Jamás se había sentido tan vacio como desde entonces…
Cuando termino. Cuando su dolor finalizo, levanto la mirada. Samantha estaba de pie, con las manos cubriendo su boca, sin pizca de idea de lo que le pasaba. Limpiando con brusquedad sus ojos se irguió y camino hasta ella. El pecho aun le dolía y de su garganta no podía salir el nudo que le impedía hablar.
-Me siento un poco mal – admitió carraspeando, obligándose a hablar. –Ve a la cama, me preparare un té.
-¿Seguro? – leyó miedo en su mirada. Deseo que no fuera miedo, deseo que fuera cariño. Apostaría que ahora pensaba que era un cobarde. La sociedad dice que los verdaderos hombres no lloran, bueno, él no era un verdadero hombre, era un cobarde. Estaba bien llorar.
-Totalmente – cabeceo en dirección al pasillo que daba a la habitación de Samantha y él se fue a la cocina. –Soy un imbécil – maldijo en voz alta cuando se aseguro que nadie lo escuchaba.
Como un robot, saco lo necesario para tomar esa bebida caliente que su cuerpo gélido necesitaba. El frio no solo lo sentía por el clima, aunque era un poco irónico que lo que lo calentara fuera una mujer con el nombre de una estación donde las temperaturas eran incluso bajo cero.
-No puedo ser más afortunado.
Tomo el té en uno de los bancos altos que tenia la barra del desayunador en la cocina. Evito observar lo pulcro de cada rincón en la cocina. Desde los estantes encima de la barra de una cocina integral en colores pastel, hasta cada vaso y taza en perfecto orden. A veces le sorprendía que Samantha viviera sola y tuviera todo en perfecto orden y limpieza, él no había tendido su cama desde que tenía cinco años. Jamás, desde entonces, había lavado un plato, vaso o cubierto, tenia empleados que hacían eso por él… Maldijo de nuevo al recordar su estación del año favorita.
Termino el té y paso de largo la sala. Esta noche no iba a dormir solo, aunque siempre lo hiciera. Huía cada noche, cuando tomaba a Samantha como un animal, solo saciando su libido; no había dormido nunca con ella, nunca había despertado con ella. Esta noche… Él necesitaba estar entre los brazos de alguien. De ella…
Samantha tenía una fijación por la combinación de los colores. En la cocina predominaba el color crema, en la sala el camello, en el baño era un suave color perla con rosa y en su habitación eran colores rosas suaves. Sobre la cabecera de su cama había una pintura de aves en vuelo de muchos colores. Su armario era de puertas ahumadas de cristal deslizables, repleto de vestidos y stilettos. Su cama estaba en medio y era lo primero que mirabas al entrar, a cada lado tenía una mesita de noche con lámparas de luz cálida, apagadas ahora. Ella reposaba, como Aurora (la Bella durmiente del cuento de Disney), su rostro estaba apacible. Si ya era una delicia verla cuando estaba despierta, Bran se estaba preguntando seriamente si se volvería un deporte verla dormir.
Al pie de su cama comenzó a desnudarse y, quedando en calzoncillos entro a la cama. Con una mueca Samantha se acoplo a su cuerpo. Aquello era nuevo para él, sintió las piernas de Samantha, largas y tersas contra sus extremidades. Se atrevió a abrazarla y despejo un mechón de su cabello, admirando la relajación de ese bello y perfecto rostro.
-Lindos sueños, Bran – el aliento de la chica choco contra su pecho, erizándolo hasta el final de la columna. Paso el dorso de sus dedos por su mejilla y beso su frente.
Quería ser bueno con ella. Después de todo, no era el bastardo que todos creían que era.
-Duerme bien, ángel – aquella última palabra de cariño emergió de su boca como si todo el tiempo hubiera estado ahí para Samantha. Respiro el aroma de su cabello hasta que se canso. Ahora que la tenía entre sus brazos, la esencia a fresa y vainilla ocupaba sus pulmones. Sintió sus manos pegadas a su torso, sus uñas con manicura francesa, sus senos apretados contra él. Si se lo proponía, podía escuchar el latir de su calmado corazón. Cubrió cada detalle de ella: la sombra que dibujaban sus largas pestañas, sus cejas perfiladas, su nariz respingada, sus pómulos rosados, sus labios tenuemente arqueados en una sonrisa. Quiso memorizarlos, mas de momento solo había una imagen en su mente.
Maldijo en silencio y obligo a sus ojos a permanecer abiertos. Grabo en su retina la silueta de Samantha bañada por un débil rayo de luna que cruzaba la habitación y daba directo en su rostro, como si ella y la luna tuvieran un pacto perverso por hacerle darse cuenta que ella era su recompensa. No era su regalo de consolación. Ella era la meta.
¿O no?

abril 05, 2013

Disturbia

Si, bueno... Necesito subir muchas cosas que he tenido paradas (Cómo sino fuera obvio XD ) Pero comenzaré subiendo esto, sé que no es mucho pero mi mente se prepara para concluir varios capítulos y para dar a las tramas varios giros.
No adentraré en más pero me pondré al pendiente.
Agradezco la paciencia infinita de Beu, quién me soporta tanta ligereza y me tiene una fe inmensa de la cual la mayoría del tiempo yo carezco XD
Un saludo, un abrazo y a disfrutar de este inusual tiempo climático.






Disturbia

El sabor del enjuague en mi boca no remediaba la culpa de haber besado a mi mejor amigo. Aquel arrebato solo me hizo darme cuenta de una cosa; Estaba jodida.
Jodida más allá del hecho de haber sucumbido a aquella bajeza por el tipo que nos miraba, hubiese dado lo que fuera para al menos ver su reacción.
Era una mierda de amiga.
Louis era mi mejor amigo desde la infancia, había pasado cada momento desde entonces con él y ahora probablemente la había jodido tanto que lo tendría tocando la puerta del baño en unos cinco minutos preguntándome si estoy bien.
Y la respuesta era simple; No lo estaba ni de asomo.
¿Cómo le explicaría que aquel beso vacío era promovido por un sentimiento igual de enfermo?
¿Cómo decirle que lo había utilizado ruinmente para combatir un tercio de mis demonios internos?
Tomé aire y refresque mi rostro con el agua, recordando un segundo después que mi maquillaje se deslavaba en contraste con el mármol blanco del lavamanos.
Cerré el grifo, me rehusaba a mirar mi reflejo en el espejo, me rehusaba rotundamente a encararme, a intentar de encontrar una pizca de algo. Lo que fuera.
Como si de una predicción se tratara un par de golpes suaves en la madera de la puerta me anunciaban que había tardado demasiado.
-¿Lilian, todo en orden? – El sonido de aquella voz aguijono mi mente como alfileres con objetivo de hacerme sentir lo peor en el mundo.
Era algo tonto, pero no quería encararlo.
Mire la ventana del baño que era pequeña y comencé a pensar seriamente en huir por ella.
Había perdido la razón probablemente cuando me dirigí a esta para abrirla y mirar los escasos dos pisos que me separaban del suelo.
Me quite las zapatillas y comencé a arreglármelas para salir. Maldije cuando mi vestido se abrió a la altura de mi muslo.
Karma, sin duda apenas comenzaba.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué huía?
Ni si quiera pude contestar una sola de esas preguntas cuando sin más brinque al depósito de basura repleto de papeles triturados, aquellos que pertenecían a las oficinas junto a la casa de Louis.
Sentí varios cortes en mi piel una vez aterrice.
De nuevo intente preguntarme el por qué de aquella locura; Lo tenía justo cuando salí del contenedor envuelta en jirones de papel y pequeños círculos blancos en mi cabello.
Sentía libertad una vez que evadía mis problemas, esa impresión de haber escapado a la culpa por al menos un poco más; Sin duda era algo cercano a la deliciosa sensación del oxigeno cuando has pasado demasiado bajo el agua. Salvación momentánea.
Si, probablemente mi razón la había perdido al parecer con mis zapatos.
Camine dándome cuenta que quizás era lo más cercano a una indigente, no era propio de mi dejar a mi amigo de esa forma pero era mil veces preferible a decirle cuan idiota era para utilizarlo en un nada confiable plan para darle una pizca de celos a Max; mi sinónimo de infierno y paraíso terrenal.
Quise darme un golpe interno por la reacción que tenía solo de pronunciar su nombre en mi mente, quise repudiarle como se merecía o al menos como decían mis amigas.
La calle oscura me daba la bienvenida con las luces alternas de cada farola; Serian unas cuatro calles difíciles sin zapatos y el frío del que me di cuenta una vez el aire se aferro a mis brazos y piernas. Mala idea usar vestido después de todo.
¿Qué me había sacado esta noche de mi casa? Cierto, Louis y su idea de diversión en aquella fiesta.
Suspire, estaba cansada y agotada emocionalmente, por no decir que sentiría mas vergüenza si algún vecino me viera justo ahora.
Suerte que había rechazado las margaritas prometedoras con aquellos vodkas de colores que parecían un arcoíris con más de 18 grados de alcohol.
-No tienes zapatos… - susurro una voz cercana.
Me estremecí por el tono ronco de aquel sonido.
Camine a prisa, más de lo que podía sin tropezarme con las piedras que lastimaban las plantas de mis pies.
-¡Hey, tranquila! – No repuse en otra cosa más que en correr hasta que llegue al parque que delimitaba las tres calles que aún me faltaban.
El césped se sentía mejor que el pavimento, pero eso no me daba mucha ventaja debido al vestido que amenazaba con levantarse contra mis muslos como si de una estúpida señal para mi agresor se tratara.
Era estúpida, era la chica más imbécil del mundo. ¿Cómo pude haberme puesto en tal peligro?
De pronto unas manos me detuvieron, sentí el tirón en mis brazos. Mis ojos estaban cerrados pese a las lágrimas que amenazaban con salir de un momento a otro.

Era un blanco fácil, intentaba recordar cómo moverme.
No tenía idea de la defensa personal, sabía el punto más débil de los hombres pero eso no me ayudaba si sentía cada musculo de mi cuerpo tenso.
- ¿Por qué huyes? – Me rehusé a mirarlo, quizás si no lo veía me dejaría.
-Todo está en el bolso, el móvil y un poco de dinero… solo no me haga daño – tartamudee cada palabra cerrando mis puños.
-¿Quién dijo que yo quiero tu dinero? – sentí mis piernas temblar ante aquello.
-Por…por favor… no me haga nada… - únicamente apreté los ojos dejando salir mi desesperación convertida en frías lagrimas que dejaron un rastro húmedo en mis mejillas hasta que encontraron el final en mi mandíbula.
-Tranquila, abre los ojos - Uno de sus pulgares se dispuso a limpiar mis mejillas ahora congeladas.
Abrí los ojos con temor de que fuera a tornarse violento, cuando pude fijar mi vista tras limpiar el cristalino velo en mis ojos, me quede petrificada.
El hombre no era para nada repugnante ni mucho menos desagradable, todo lo contrario; Traía una gabardina negra que ocultaba unos jeans y una camiseta blanca. Realmente aquel contraste parecía icónico de cierta manera.
- No me hagas daño – Pedí en voz baja con su pulgar aun rozando mi mejilla.
-Nunca dije que te haría daño, de hecho solo señale lo obvio –Una sonrisa escapo de su boca, una sonrisa clara y perfecta dejo relucir una fila de dientes perfectos, así mismo como un par de labios que resultaban casi hipnóticos al hablar.
Baje la mirada y note algo extraño.
-Tú también estás descalzo – señale sus pies desnudos.
-Siento la libertad, esa es mi excusa, ¿Cuál es la tuya? – Se deshizo de su gabardina con un movimiento caballeroso para depositarla en mis hombros.
La esencia de aquel hombre se coló en mi nariz una vez inhale profundamente.
Un aroma único, atractivo. Simplemente delicioso.
-Fue un accidente, bueno en realidad es algo estúpido – comencé aferrándome a las solapas para después bajar hasta los bolsillos.
-Nada es estúpido – musito extendiendo su mano para incitarme a continuar caminado.
-Lo mío vaya que lo es – resople – de hecho…Ni si quiera debería estar caminando contigo – me quede quieta y a una distancia segura.
-Tienes razón, solo quería acompañarte a casa. – aquello sonó tan inocente, tan caballeroso que por un momento dude.
¿Al final no somos nosotras las que pedimos un poco de antaño en estos días? ¿No somos quienes imploramos al cielo y a una sarta de miscelánea santoral que un milagro así ocurra?
Negué confundida.
¿Me estaba volviendo una paranoica o simplemente mi noche estaba empeorando?
Pronto unos pasos se escucharon a escasos metros de nosotros, el pánico de que una compañía menos grata nos acechara me hizo tomar el brazo del hombre a mi lado.
Él pareció pensar lo mismo que yo, ya que estrecho mi mano con la de él y me llevo de prisa a resguardarnos detrás de unos arbustos.
-¿Serán malos? – Pregunté en voz baja mientras me aseguraba de no sentarme en alguna roca o ramas.
- No tengo ni idea – Una luz, posiblemente de una linterna brillo a lo lejos haciendo que nos agacháramos por completo.
Su rostro estaba tan cerca de mí que su aliento y respiración acariciaban el mío.
Pensé en cuan delicioso seria probarlo, seria atreverme a hacer de eso un momento espontaneo.
-¿Qué piensas? – Sus ojos se trabaron en los míos, como si quisiera descifrar lo que deseaba.
- ¿Quiénes serán? – Mentí por que dos besos promovidos por la adrenalina por esta noche eran mi límite.
-Yo pensaba en que tienes un par de ojos hermosos – Su declaración me tomó por sorpresa, pero no fue hasta que sentí mi rostro arder que también sentí vergüenza.
Precisamente me lo tenía  que decir hoy, cuando mi ropa estaba sucia y rota, mi cabello era un desastre y mi rostro deslavado tenia el presentimiento de que parecía un zombi.
Hice lo que cualquier mujer haría: Lo negué.
-Sí que sabes cómo romper el hielo – entrecerré los ojos cuando sus manos atraparon mi rostro y me acercaron más a él.
Su frente se pego a la mía tanto que nuestras narices casi se rozaban.
Este extraño me hacía sentir más que mi mejor amigo y nuestro beso falso, incluso aquella expectación me agito, sentí el pulso en mi garganta, mis palmas sudorosas aferrándose al césped y a la tierra con ansiedad, mi estomago tenía un nudo que me hacia querer tomar mi vientre en mis manos y asegurarme que no tuviera un hueco como lo sentía.
-Sé muchas cosas, también se de la nada – Contra todo instinto de moverme no lo logre. Era irresponsable y demente confiar así en un extraño, lo sabía. De hecho me lo reclamaba.
-¿También eres poeta? – Enarque una ceja solo para hacer algo más con mi rostro que no fuera una expresión de idiotizada.
-Solo me considero honesto – Otra sonrisa apareció e incluso desde aquella posición era perfecto al esbozarla. Le daba una luz especial y peculiar a su cara.
Sus ojos eran de un gris enigmático, por momentos me parecían azules, verdes. Pero teniéndolo así de cerca pude descubrir que eran igual de grises como el mar antes de una tormenta, que el aspecto multicolor se lo otorgaban unas motitas que jugaban entorno al iris dándole esa diversidad que parecía tan cambiante como el mismo cielo.
-Probablemente solo hables mucho… - Inquirí con deseos de alejarme, pero él no me lo permitió.
-Tienes razón, creo que será mejor que me callé –  Y ante eso lo siguiente que sentí fue su boca acercándose a la mía, sus labios rozaron los míos como si me pidiera un permiso silencioso, como si aquel detalle no hiciera más que alentarme a ser permisiva para probarle.
Su sabor se coló una vez su lengua invadió con sutileza mi boca, una curiosidad embriagaba mi razón cuando yo deslice la mía para probarle, sus manos no hacían otra cosa que acariciar mi rostro y acercarme aún más.
Por varios minutos no fui consciente del tiempo ni de nada más que no fuera su boca en la mía. Un gemido escapo de sus labios cuando mis manos abandonaron el piso para aferrarse a su cuello.
Fue de esos besos que no quería que acabaran, de esos besos que desaparecieron el mundo, que me apartaron la culpa, que se deshicieron de mi moral evaporándola al subsuelo. Fue un beso único. ¿Después de todo quien besa a un desconocido?
Era increíble la forma en la que él no exigía más allá del beso, cuando yo había ascendido del cuello a su cabello, mismo que despeinaba con mis dedos.
Me separe de él, no por que necesitara el aire, sino por el hecho de que los pasos se escuchaban más cerca.
-Tenemos que irnos…– Anunció acariciando mi rostro, asentí y nos pusimos en marcha con sumo cuidado.
Cruzamos el parque tan rápido que mi tobillo cedió ante un hoyo que se hubo formado bajo los columpios.
Fue vergonzoso caer en la pila de piedras y tierra, pero lo fue aun mas cuando él tuvo que cargarme la escasa media calle que aún quedaba.
-Ahí en la puerta color caoba con el pequeño pino en la entrada – Señale mi casa, que en realidad no podía distinguirse en cuanto al color con las demás dado al fraccionamiento y sus políticas de que el color para la fachada debía ser igual para todos; Por lo tanto cada vecino en pos de la búsqueda de identidad, hubimos votado por adornar la entrada con una planta o árbol para dar un poco de variedad a aquello.
Mi elección de un simple pino en vez de una planta tropical iba especialmente a la preservación de la misma. Yo no era una típica amante de las plantas, no necesitaba una flor muerta como recordatorio. Me fui por lo que pudiese aguantar sin muchos cuidados.
Rebusque en mi bolso hasta hallar las llaves.
¿Qué seguiría? ¿El episodio de conquista tenía un final tan prematuro?
-Gracias por acompañarme a casa – En sus ojos se reflejaba un poco de dolor y renuencia a la despedida.
¿Era posible o simplemente me sentía un poco así yo misma?
-¿Podrías darme un poco de agua? – Truco o no truco estuve un poco aliviada, bueno solo un poco porque mis dudas y temores con respecto a mi suerte aumentaron.
Traer a un extraño a mi casa; Sin duda debía llevarme el premio a la idiota e ingenua del año.
-Puedo beberla aquí afuera – Quise saber qué cara había puesto, después de todo el que él dijera aquello me dio la certeza de que mi cara debió advertirle algo.
-Si prometes no matarme o atacarme puedes pasar – Eso debió llevarse el premio mayor a lo incoherente y genuinamente más irracional e irresponsable.
-Lo prometo – Aseguró, esperando a que abriera el cerrojo de mi puerta para que segundos después el y yo, quien seguía en sus brazos pasáramos.
De inmediato encendí la luz y baje de aquel confort para dirigirme a la cocina, el se limito a cerrar la puerta y a admirar lo que significaba todo mi hogar.
No era una enorme casa, de hecho era una de las más pequeñas y económicas del conjunto habitacional. Pero era mía.
Hubo sido regalo de mi abuelo antes de morir, al parecer el acabar una carrera significaba algo más que una tarjeta de felicitación para él.
Una vez en mi casa me inundo la calma, fui tanteando el camino hasta la alacena donde tome dos vasos, mismos que llene con el sistema externo del refrigerador.
-¿Necesitas ayuda? – Su voz comenzaba a ser algo delirante, algo a lo que podría acostumbrarme.
Tragué el agua en mi boca sintiéndola deslizarse fresca por mi garganta, tome su vaso junto con  el mío y antes de que pudiese decir algo él me volvió a tomar en sus brazos y me llevo a la estancia donde me deposito en el sofá más largo.
Debí tener la cara de estupefacción más grande del mundo por que el atino a solo reír y a besar mi nariz.
-Sigues lastimada… – Dio un sorbo largo a su vaso terminando el contenido de inmediato. Se levanto y fue por más agua.
-Estas sediento, ¿Ah? – Solo asintió y siguió rellenando su vaso hasta que pareció llegar a su límite y volver con uno lleno.
Se sentó junto a mí colocando mi tobillo en su muslo.
-Relájate, se lo que hago – Guiño su ojo y comenzó a masajear mi talón y a colocar presión lentamente en mi tobillo.
Quise retraerlo, porque mi planta del pie estaba sucia pero él no me lo permitió al contrario siguió masajeando delicadamente hasta el punto de que me sentí relajada.
-¿Puedo al menos saber el nombre de quien me está tocando el pie? – Crucé mis manos sobre mi pecho añadiendo un poco de seriedad.
-Alex – De nuevo esa sonrisa apareció.
-¿Y supongo que también sabré a quien he besado? – Me sonroje de inmediato.
-Yo… yo lo lamento – Enredé mis dedos en los ojales finales del a gabardina.
-Yo no – Ni un atisbo de duda se filtro en su declaración.
Coloco mis piernas en el suelo que estaba cubierto por alfombra y acorto el espacio entre ambos para sentarse junto a  mí.
Su calor y su aroma me atravesaron.
¿Dónde estaba mi consciencia y mi razón?
Su mano giro mi rostro y me hizo mirarlo.
¿Era posible que aquel hombre estuviera aquí por mí? ¿Por qué no podía alejarme, rehusarme o simplemente huir como lo hice hacia una hora con Louis?
Ni siquiera me esforcé en evadir el nuevo beso que sus labios buscaron con los míos como viejos conocidos.
Su aliento se mezclo con el mío así como su lengua que se deslizaba en perfecta comunión con la mía.
Cerré mis ojos al igual que él mientras me dejaba llevar por su calor que sentía envolverme y equipararse al mío.
¿Qué demonios me pasaba que no podía reaccionar? Yo no era del tipo de chicas de un polvo por noche, ni mucho menos las que conquistaban a diestra y siniestra.
-Yo no soy una fácil – Alegue más para mí que para él, separándome y alejándolo.
-Lo sé – Contesto él con firmeza y total honestidad.
Me quede ahí sentada, sin saber qué hacer y con la mirada de Alex sobre mí.
Mirarlo era saber que terminaría añorándolo de nuevo. Suspire cuando sus ojos buscaron los míos.
-No quiero jugar contigo, lo cierto es que no tengo idea alguna de que somos o que pretendemos ser… solo sé que me gustas y mucho, que tienes la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida y que tus ojos son mi nuevo color favorito – Tomó aire y continuó – Solo se eso, no sé que pasara mañana y no me importa, no sé qué es lo que buscabas no importa de dónde vengo solo a donde voy, esa es la verdad.
Ese trago de sinceridad me dejo sin armas, era directo, era crudo, era como la sensación de arrancarte una bandita y dejarte de preocupar por lo demás.
Ciertamente con aquella confesión debí haber hecho un puñado de cosas, principalmente; Echarle.
Aun así no me atreví, ni si quiera pude dejar de verle, de grabarme sus detalles, su cabello azabache o la barba de un par de días que apenas le espolvoreaba la mandíbula.
¿Qué sabia yo del amor ocasional si ni siquiera tenia noción del amor real?
El se acerco a mí lentamente dándome a elegir el que yo pudiese rechazarlo o hacerlo a un lado, no me moví esperando como una presa el suave acercamiento de mi predador, uno que causaba un extraño efecto en mi cuerpo.
-Lilian…- Susurre antes de acortar el espacio para sellar las dudas con su boca que me recibió lentamente, sus manos acercaron mi cuerpo al suyo, pude sentir calor en cada poro de mi cuerpo; Pude sentirme viva.
Mande al diablo la consciencia, enfrascándola en el fondo de mi cabeza, derribe cada muro y me atreví a ser lo que nunca había sido. A besar como nunca lo hube hecho, a sentir lo que hace mucho no sentía.
Sus dedos danzaron por mi espalda buscando a tientas el zíper del vestido, pero cedieron cuando de un momento a otro decidieron que usar la abertura del muslo era una mejor idea.
La tela desgarrándose paso a ser lo último en que preocuparme cuando comenzó a acariciarme de una manera intima y perfecta.
Quería gritar, jadear, gemir y decir algo coherente al mismo tiempo. Lo único que atine fue a jadear en tanto él en un poderoso movimiento me colocaba a horcadas suyo. De nuevo la tela se desgarro dejándome abrir el compás de mis piernas por completo para sentir los vaqueros rozar con mi piel; Y aquello fue lo más erótico que alguna vez sentí, no importaba el vestido, ni el hecho de que no estaba preparada superficialmente; mi maquillaje era un desastre, mi cabello una maraña y estaba el hecho de que aun podía sentir los cortes en mis piernas, sin embargo eso no me importaba mientras aferraba su cabello en mis manos y sentía sus labios en mi cuello.
¿Qué tan loco seria querer…?
Deje aquella cuestión a un lado cuando su playera dejo a mi vista su piel bronceada, sus músculos se contrajeron en perfecta armonía cuando respiraba y alcance a tocar los seis tenues cuadros custodiados por sus costillas,  eran tenues pero definidos. De hecho esa naturalidad de su cuerpo, me dio confianza.
-¿Tu habitación? – Atino a pronunciar antes de ponerse de pie y tomarme del trasero para sostenerme.
-Arriba, la tercera puerta… – Cedí a continuar a que pasara lo que por mucho que debiera temer no lo hacía.
Subió rápidamente y abrió aquella puerta donde se encontraba mi vida por decirlo así, donde se hallaba cada parte de mi recubierta con paredes; Mi refugio y mi santuario.
Mi cama estaba desordenada por que el día había estado ajetreado, además era sábado oficialmente, eso supe cuando mire en el reloj que pasaban más de la una de la mañana.
Alex me coloco en mi cama mientras me observaba, aquella mirada me enrojeció, era tan profunda, tan penetrante, de la mirada que alguna vez esperas despertar en un hombre y que sin embargo solo existe en tu imaginación.
Cerré mis piernas, pese al instinto de mantenerlas abiertas. Un paso, otro paso y el quedo a escasos centímetros de mi, coloco sus manos en el botón de sus vaqueros, aquello definía todo, aquello significaba que no habría marcha atrás, aquello podía ser la peor elección en mi vida.
¿Entregarme a un desconocido?
¿Estaba lo suficientemente loca como para hacer de aquel momento que debía ser único algo ordinario?
Peor, ¿Qué pensaría el si le dijera que mi experiencia en la cama se limitaba a dormir, leer, trasnocharme con series y películas o simplemente quedarme por algún resfriado?
Dudaba que las felaciones contaran algo en la cancha grande.
Mi pecho anticipo una oleada de ansiedad e inseguridad.
-No quiero estar contigo a menos que tu también quieras, es decir… – Meció su cabello alborotando sus tenues rizos.
Me basto mirarlo, el parecía perdido y de una forma irracional me hizo querer abrazarle y decirle que todo iba a estar bien.
Abrí mis piernas lentamente en clara invitación, era estúpido querer consolarlo, querer hacerlo sentir bien.
El negó lentamente mientras se tumbaba a mi lado.
-¿Podrías abrazarme un momento? – Preguntó colocando sus manos entorno a mi cintura.
Asentí y me recosté con él sujeto a mi pecho, su respiración tranquila armonizaba el espacio, sus tenues rizos danzaban entre mis dedos cada los enroscaba y dejaba libres.
¿Quién era mi misterioso, Alex?
-¿De dónde eres? – Comencé.
-De un lugar cerca, no me gusta mucho decir que mi hogar esta de locos… – Rió mientras yo asentí, quizás era broma pero algo en esa respuesta me hizo erizarme.
-¿Puedo conocer tu casa? – Se tenso contra mí aferrando el agarre contra mi cuerpo.
-Preferiría que no, no podría sopesar esa idea si quiera – Iba a decir algo más cuando su nariz se pego a mi hombro y su respiración me robo el hilo de mis ideas.
Le tomo un segundo colocarme encima de él y otro segundo en asaltar mi boca con necesidad; Una necesidad cruda, fiera que luchaba por gobernar mi boca con premura, que amenazaba con incendiar mi cuerpo de pies a cabeza.
Una de sus manos viajo a mis piernas y subió mi vestido hasta dejar expuesta mis piernas por completo, gemí cuando sus dedos trazaron un camino desde los tobillos a mi cadera, en la cual se aferraban junto al elástico de mis bragas.
Giro para colocarme en la cama únicamente para terminar de hacer inservible mi vestido, para dejarme totalmente expuesta en más de un sentido.
Suspire y cerré los ojos cuando se situó en medio de mis piernas, sus mejillas ásperas rasguñaron la cara interna de mis muslos en tanto llegaban al puente de mis bragas, su lengua trazo la forma de mi monte mientras mis manos batallaban con el edredón de la cama.
Me acercó más a su boca, sintiendo el calor de su aliento sofocar mi piel.
Lo siguiente que supe fue de lo maravilloso que se sentía su boca, de cómo mis bragas habían dejado de existir gracias a él y de que su lengua tentaba e incendiaba por donde quiera que pasaba.
-Por favor… – Era lejos de ser una súplica a que parara, mi cuerpo gobernaba y mi deseo era quien hablaba.
No sabía cuánto lo necesitaba hasta que comenzó a besar y a beber como un sediento de mi interior, tuve que arquearme porque creía que de un segundo a otro colapsaría.
Era increíble el placer que experimentaba. Mi piel se hizo aun más sensible, mis piernas temblaban y mis caderas aceptaron un ritmo cadencioso que se acompasaba a la mandíbula de Alex.
-Lilian…- Mi nombre supo a gloria en su voz, mi cuerpo se derritió desde el centro hasta su boca, la cual me recibió gustosa. Probándome y jugando con cada uno de mis pliegues como si tratara de memorizarlos.
Gemí cuando por fin abrí los ojos y fui consciente de que el no paraba de mirarme. Ahí estaba con su lengua y una sonrisa mientras se relamía los labios.
Tal como predicción, él se irguió y desabotono el botón de su pantalón para mostrarme el camino de vello oscuro que dio paso a su miembro tenso, brillante y sembrándome la duda de cuan apta podría ser para albergarlo en mi interior.
-Me di cuenta de que no has estado con nadie… – Ahí estaban sus palabras roncas y sutiles.
Me enrojecí de inmediato.
-¿Qué tan enfermo es sentir alivio por ello? – Dijo en un tono bajo mirándome apreciativamente.
-Tan enfermo como esto, supongo –Suspire y tome aire lentamente.
-¿Es aun mas enfermo querer que no estés con nadie más después? – Ese par de orbes se grabaron en mi interior.
¿Qué carajos me pasaba?
Rompí la distancia y me arrodille en la cama frente a él.
El tomo mi nuca y me besó, esta vez la necesidad se paladeaba en su boca, me abrazo y yo me estremecí por lo fiero de ese abrazo.
Lo siguiente que supe fue de la forma en la que me recostó en la cama sin dejarme de besar, sus manos aferradas a mi cintura y su miembro rozando mi entrada. Respire agitadamente mientras presionaba aquel trémulo lugar que arremetía mis impulsos a cerrar mis piernas y alejarme.
Mis uñas se instalaron en sus costillas cuando se impulso con determinación y se unió de tajo a mí, el aire me falto en aquel preciso instante e incluso mordí su labio en un arrebato.
Se quedo quieto mientras yo era consciente de aquello, de cuán bien se sentía pese al flagelazo de dolor momentánea que precedió a una deliciosa curiosidad por querer mas.
Su cadera se comenzó a mover lentamente, mientras me quedaba ahí quieta, intentando seguir la cadencia, fue un alivio tener su boca de respaldo mientras mis labios temblaban con cada estocada.
Mis pechos fueron cubiertos por caricias propiciadas por su índice y pulgar que trazaban la simetría de cada uno mientras fintaban mis pezones; Estaba en la gloria.
El acelere de sus movimientos dio paso a una ola de calor nueva que invadió totalmente mi cuerpo haciéndome disfrutar y retorcerme todo al compas de sus movimientos.
Me uní al placer cuando sentí deshacerme entre sus brazos, el acelero sus embestidas regalándome otro orgasmo que atentaba a volverme completamente loca.
Fue en el tercer nirvana que él me acompaño volviéndonos uno al surcar un cielo privado donde él y yo comulgábamos en perfecta sincronía, donde su piel era mi perfecta compañía y su cadera mi decadencia prohibida.
Nos miramos fijamente, una sonrisa adornaba su rostro seguido de un halo de esperanza. Una esperanza indescifrable.
Por mi parte quedaba mucho que desquebrajar, muchas preguntas pero un momento aun podían esperar.
Cerré mis ojos presa del cuerpo dolorido, una sonrisa se dibujo en mi cara recordándome un poco el familiar dolor.
Desperté con sus brazos entorno a mi cuerpo, aferrándose a mí mientras su respiración se acompasaba a un sueño tranquilo.
A lo lejos en el suelo reposaba nuestra ropa, una tira plástica saliendo en su pantalón llamo mi atención.
Me estire lo suficiente para tomarla.
“Instituto Mental Woglom
Paciente: Alexander Knight”


Las chicas del Té de Lemmon

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